Cuando cumplí nueve años me regaló mi tía un valioso alfiler de corbata, una mosca de oro del Guayape muy bonita,fabricada en Europa. Pero a mí nunca me gustaron las moscas, por todo lo malo que de ellas había leído, y, en cambio,me encantaban las águilas, tan ponderadas por los grandes poetas.
Llegó un platero y orífice mexicano a Juticalpa, instalando su taller en un cuarto del primer piso del cabildo.
Yo iba a verle trabajar cuando salía de la escuela. Largas horas pasábame en silencio , mirándole hacer anillos , aretes, collares y pulseras con sorprendente habilidad. Al os pocos meses su clientela aumentó de tal modo que se vio obligado a trabajar de noche. Captóse por completo la la confianza del público y hasta de los pueblos vecinos hacíanle encargos, llevándole la plata en abundancia y oro en trozos y en polvo. Llegó a pie y poco menos que descalzo y luego se le vio los domingos bien vestido pasear por las calles en briosos caballos de su propiedad.
Una tarde me atreví a formularle la pregunta que hacía tiempo sentía temblar en mis labios.
-Dígame, don Rodrigo ¿podría usted transformar una mosca en un águila?
Quédose perplejo, sin encontrar respuesta.
Entonces saqué de mi bolsillo la cajita con alfiler, explicándole lo que deseaba.
Lo examinó detenidamente, asegurando que el autor de aquella joya era un verdadero maestro.
-Pero con ella le haré sin que tenga que pagar ni un sólo céntimo un águila mucho más preciosa -terminó- guardándola en un angosto estuche de tafilete. Venga por ella el 14 próximo para que pueda lucirla en el ojal de su uniforme en el desfile escolar de las fiestas de la patria.
Tuve que permanecer con mi familia en el campo durante unos días; pero a las siete de la mañana de 15 de Septiembre ya estaba llamando a la puerta del mexicano, ávido de mi alfiler.
-¿Qué haces?- me interrogo sarcásticamente un viejo achín español , desde su cajón de baratijas. El desvergonzado ladrón que allí vivía huyó hace una semana con todos los metales que le confiaron y a esta hora debe de hallarse en Nicaragua riéndose de la candidez e los imbéciles.
Y burlándose del salto que dí al oír esta última palabra, añadió:
- Yo escuché el ofrecimiento que te hizo. La moscas vuelan poco, y si te hubieras conformado con la tuya, pronto la encontrarías al perderla. Pero las águilas, sobre todo en estos días en que se conmemora la libertad, se remontan a inmensas alturas y cuando ellas desaparecen jamás los volvemos a ver.
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